Con Omar Ortiz, un domingo que teníamos atesorado por siglos

 Ayer salí a pasear con el poeta Omar Ortiz por las calles del centro de México. Omar es mi amigo y lo admiro mucho por los poemas que se ha atrevido a escribir, que rompen el "sonsonete colombiano", a mi parecer. Este encuentro que la vida nos tenía preparado fue un tesoro de esos que no caben en las fotos y entonces, hay que narrarlo o escribir sobre él para que el recuerdo quede encapsulado y luego se pueda revisitar, cuando se requiera saber que uno estuvo vivo. 

Omar vino a México a presentar el fabuloso libro de poemas Pequeña historia de mi país (Bogotá, 2021), que acaba de publicar. Contiene 29 poemas y unas espléndidas ilustraciones de Lorena Ortiz Nossa. Sólo él sabe escribir libros así como éste en Colombia. Libros que se convierten en documentos de memoria histórica, libros que nos acompañan en cada paso que demos hacia la verdad, en nuestras exigencias de justicia y de paz verdadera. Estas palabras, ahora que las escribo en el exilio, me parecen tan vacías: verdad, paz, justicia. Me suena más cercana la palabra imposible que esas. Las élites pendencieras y genocidas, nos han roto esas palabras y su sentido, en nuestra propia cara y luego han comido nuestra cara porque quieren borrarnos del mapa a como dé lugar. Pero, alguna vez recuperaremos la sangre derramada y volverán esas palabras con todo su valor a correr por el cuerpo de la nación. Seremos la nación que han soñado todas las generaciones de despojados y excluidos del poder. El libro de Omar Ortiz nos retorna a esa memoria y nos deja un rastro nítido e indeleble hacia el conocimiento propio como pueblo, huella que seguirán las generaciones despiertas de guerreros y guerreras populares, que ya están aquí y las que vendrán. 

Por otro lado, tiene unos poemas escritos después del Apocalipsis que son eso, revelaciones y, nuevamente, acompañamientos a nuestro camino post-pandemia. La esperanza que busco en todo poema verdadero aquí la encuentro fundada en sólidos cimientos racionales y a la vez, en una sensibilidad humana que solo Omar tiene en Colombia, quizá por su experiencia como juez, en contacto constante con tanta miseria, quizá porque esa mirada sensible le dio la vida a mi amigo, querido y sincero, con quien paseamos una tarde por México. 

El poema Es un tiempo incierto, por ejemplo, hay que leerlo como un mantra. ¡Eso es! Los poemas de este libro nos aportan mantras, conjuros, son oraciones que nos sanan, pero luego de escarbar y limpiarlas heridas. Otra de esas revelaciones-mantras está en el poema Preguntas acuciantes. Omar Ortiz logra aquí escribir "en caliente", es decir, escribir acerca de una preocupación muy reciente. Y nos entrega textos imperecederos que son a la vez sencillos, cualidad siempre presente en sus poemas que gozan de ser populares, accesibles y verdaderas piezas preciosas. 

Estábamos en el Zócalo y sus alrededores, junto a miles y miles de personas. Qué ríos humanos nos sorprendían. 

El día anterior a nuestro paseo, México había conmemorado los 500 años de la caída de Tenochtitlán. Había serpientes emplumadas de luces artificiales y una réplica de madera del Templo Mayor, a escala de 35% del tamaño original, en mitad del Zócalo. La historia de la caída de Tenochtitlán es desgarradora. Los mexicanos la conocen muy bien y eso me alegra. Les da poder. Qué poderosos fueron y son. Da mucha furia saber que hoy en día los españoles de VOX se atreven a contar una historia amañada. Se dicen en su afán de ser mejores personas: los españoles ayudamos a los pueblos indígenas mexicanos a liberarse de la opresión de los Mexicas y derrotamos Tenochtitlán. Definitivamente, la historia es un terreno incierto y una sola batalla, como todo lo que concierne a esta especie. Se atreven los españoles a criticar que odiemos a España como imperio invasor. Dan ganas de matar y comer del muerto, como decimos en Colombia. Y como hacemos todavía, según reportes. ¡Dios...!

Hay quien dirá que tienen derechoa decir eso los españoles. Que tienen derecho, entonces a pensar lo que quieran, a hacer lo que quieran, a pensar solamente en sí mismos, a saquear el alma y las riquezas de quien confía en ellos. Pues sí. Uno también tiene derecho a ser un hijo de put@. Nos reíamos por las calles recordando algún carnicero colombiano, muy bien retratado en el poema de Jorge Eduardo Eielson, La sangre y el vino de Pablo, que merece un post especial. 

Omar me contó que conoció en un restaurante la historia del pozole, la sopa tradicional mexicana. Me dijo que en ocasiones, la sopa se servía con los entresijos del enemigo, con su sangre y que por eso todavía debía ser un poco roja. También hay pozole verde, dijo. Y pensé, alienígenas o reptilianos también comían.  Luego, leí en su libro un poema en alusión a la crueldad de los paramilitares en Colombia, que llegaron a consumir cristianos en sancocho. Ay, Omar, luego de la historia del pozole, me miraste con miedo, como queriendo enseñarme que hay que tener miedo de los humanos. Es que hay que tenernos miedo, confirmo. No veo otra salida que tenernos miedo después de todo lo que ha sucedido una vez quemamos el Pantanal en 2019. Nos estamos consumiendo unos a otros y desde el principio de los tiempos. Especie antropófaga de los mil desastres. Ojalá solo nos hubiéramos acabado entre nosotros, pero no, teníamos que llevarnos en nuestro declive a miles de especies más. 

Fuimos a acariciar el árbol al costado de la Catedral. Es un árbol sobreviviente de todas las caídas de Tenochtitlán, de México, del continente, del mundo. Eso será mi amor y mi respeto por el poeta colombiano Omar Ortiz. Eso será la poesía escrita por él: así, como ese árbol, permanecerán sus poemas para que se recuerden las formas de la decencia, las formas de la hermosura, las formas de la paz y todas esas formas que luego nos van a relatar y en las que no vamos a poder creer tan fácilmente, después de tanta sopa oprobiosa que nos servimos unos a otros.  



El poeta colombiano Omar Ortiz,
Casa de los Azulejos, antiguo Jockey Club porfiriano,
Ciudad de México.








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